miércoles, 23 de octubre de 2019

¿Es el microplástico un nuevo contaminante atmosférico?



¿Es el microplástico un nuevo contaminante atmosférico?


Vivimos en la era del plástico. Y por eso es lógico que haya plástico en todos lados. En la tierra, en el agua, y aunque no se pueda creer, también se lo encuentra en el aire. De acuerdo a las estadísticas de ONU, el mundo produce aproximadamente 300 millones de toneladas (40 kilos por persona) de residuos plásticos cada año y actualmente solo el 14% se recolecta para su reciclaje.

Una de las consecuencias más peligrosas de esta realidad plástica que nos devora son los microplásticos, pequeñas piezas de plástico de menos de 5 mm de diámetro que contaminan el medioambiente y generan un potencial daño a la salud de los animales y humanos.

Los microplásticos provienen de una gran variedad de productos, como los cosméticos, la ropa, productos de pesca, bolsas y desechos plásticos de uso cotidiano o industrial, entre otras muchas fuentes. Los microplásticos son pequeñas partículas de plástico que se forman por el desgaste de piezas de mayor tamaño, con la característica de ser prácticamente indestructibles desde el punto de vista molecular.

A diferencia de otros materiales que pueden biodegradarse, este tiende a dividirse en partículas de menor y menor tamaño hasta tamaños inferiores al micrón (milésima parte del milímetro). La superficie del microplástico actúa de forma similar a una esponja que absorbe toxinas, incluyendo toxinas del medio ambiente como los bifenilos policlorados (PCB) y gérmenes causantes de enfermedades.

Un reciente estudio científico titulado “Atmospheric transport and deposition of microplastics in a remote mountain catchment”, publicado por la revista especializada Nature Geoscience, describió cómo por tamaño diminuto los microplásticos se incorporaron al polvo que se encuentra disperso en el aire de la atmósfera. 

Sus autores explican cómo los microplásticos pueden viajar a través de la atmósfera y terminar en regiones muy alejadas de su fuente de emisión original. Usando simulaciones atmosféricas, demostraron que estos pueden viajar a través de la atmósfera desde distancias de al menos 100 kilómetros.
Inclusive se encontraron cantidades superiores a las 360 partículas por metro cuadrado en la región de los Pirineos (cordillera situada entre España y Francia), al igual que en las Montañas Rocallosas (Rocky Mountains). Como resultado de esto, se desprende la hipótesis de si los microplásticos encontrados en la Antártida pudieron llegar a través del océano o por vía aérea.



El microplástico es un nuevo contaminante atmosférico. Se  recolectaron microplásticos durante un período de cinco meses en una estación meteorológica a unos 1.400 metros sobre el nivel del mar utilizando captadores de deposición atmosférica. Contaron y analizaron los fragmentos de plástico, fibras y películas en el fondo de los colectores que tenían menos de 300 micras de tamaño. Para tener una noción de ese tamaño, el cabello humano promedia entre 50 y 70 micras de diámetro. Y la partícula más pequeña que puede ver un ojo humano es de aproximadamente 40 micras. 

Más del 50 por ciento de los microplásticos encontrados en la estación eran fragmentos de menos de 25 micras de tamaño.
Si uno sale a la calle con una luz ultravioleta y la ajusta a una longitud de onda de 400 nanómetros, verá todo tipo de partículas de plástico en la fluorescencia del aire. 

En términos prácticos un simple envase descartable puede desintegrarse en miles de partículas y formar parte del polvo de nuestra atmósfera, respirarlas o mezclarse con la lluvia y acabar en nuestra mesa en el agua que consumimos. La aparición de microplásticos en el agua de lluvia pone en jaque al ciclo natural del agua en cuanto a su pureza. 

En la medida que crezca la cantidad de estas partículas en suspensión, mayor será la concentración en el agua de lluvia y los encontraremos más frecuentemente. Un estudio en el cual se han analizado 259 botellas de agua embotellada de 11 marcas distintas en 9 países diferentes ha detectado un promedio de 325 partículas de plástico por cada litro de agua embotellada analizada. Se estima que el 90% del agua embotellada contiene microplásticos, es lógico pensar que necesitaremos nuevos procesos de purificación para prevenir esta problemática.

Según la Organización Mundial de la Salud, los microplásticos se clasifican en dos grandes elementos: 

1-Microplásticos primarios: son fabricados específicamente para ser utilizados en productos limpiadores faciales y cosméticos. En algunos casos, han sido utilizados en la medicina o farmacología.

2-Microplásticos secundarios: derivan del proceso de deterioro de desechos plásticos más grandes, como las partes de plástico macroscópicas que conforman la isla de basura del Pacífico. 

Organizaciones como la ONU y la Unesco son determinantes con su pronóstico: si no se toman medidas para eliminar los microplásticos de los productos de higiene, y si los países no regulan el uso de este material, en 2050 en los océanos habrá más plásticos que peces y el 99% de las aves marinas habrán ingerido sustancias peligrosas.
Cada vez más plástico

Según el último informe publicado en junio de National Geographic, hoy tenemos que lidiar con 8.300 millones de toneladas de este plástico fabricado desde los años 50. De ellas, más de 6.300 millones se han convertido en residuos. Y de esos residuos, 5.700 millones de toneladas no han pasado nunca por un contenedor de reciclaje, una cifra que dejó atónitos a los científicos que la calcularon en 2017. 

La producción mundial plástica ha registrado un aumento exponencial –de 2,1 millones de toneladas en 1950 pasó a 147 millones en 1993 y a 407 millones en 2015–. Para dimensionar este crecimiento exponencial basta sólo un ejemplo: las botellas de plástico. Cada minuto se compran en el mundo 1 millón de botellas plásticas. Equivalen a 20.000 por segundo. En 2016, según la encuestadora Euromonitor, se vendieron 480.000 millones de botellas, de las cuales 110.000 las fabricó la empresa de gaseosas más famosa del mundo. Sólo el 7% de éstas se convierte en nuevas botellas. 

“Cada año se lanzan al mar, ríos y lagunas ocho millones de toneladas de plásticos que al degradarse se convierten en micropartículas. La acción del agua, los microorganismos y la luz solar van degradando el plástico hasta reducirlo a pequeñas partículas de unas pocas micras de longitud (una micra equivale a la milésima parte de un milímetro). Al ser casi indestructible, ya que no se biodegrada o descompone, cada vez se transforma en partículas más pequeñas, pero nunca llega a desaparecer. A este ritmo, en el año 2050 habrá mayor volumen de plástico que de peces en el mar, según la Fundación Ellen MacArthur”.


Peligro para la salud

Debido a que no se biodegradan y solo se desintegran en partes más pequeñas, los microplásticos terminan siendo absorbidos o ingeridos por muchos organismos, incluidos los humanos, alojándose en sus cuerpos o tejidos. En animales, es lógico que luego sobrevenga la muerte por intoxicación, al no poder diferenciar si es su alimento o no. 

Un estudio reciente presentado en un congreso de gastroenterología celebrado en Viena, Austria, en noviembre del 2018, mostró que las heces de personas de países tan distantes y distintos como Reino Unido, Italia, Rusia o Japón contenían partículas de una decena de plásticos diferentes. 

De los diez plásticos buscados, encontraron nueve de ellos. Los más comunes fueron el propileno, básico en los envases de leches y jugos, y el polietilentereftalato (PET), del que están hechas la mayoría de las botellas de plástico. La longitud de las partículas oscilaba entre las 50 y las 500 micras. Y, en promedio, los investigadores encontraron 20 microplásticos por cada 10 gramos de materia fecal.

Si bien se puede podemos contrarrestar el efecto que provocan los microplásticos en el medio ambiente, no se logrará reemplazar estos materiales en el corto plazo tan fácilmente. El mayor problema que encontramos es que las plantas de agua potable convencionales con las que hoy cuentan la mayoría de los países, ya sea de sedimentación o bien los filtros de gravedad (grandes piletas que generalmente vemos a la entrada a las ciudades), dejan pasar una gran parte de este tipo de contaminantes que hoy podemos encontrarlos en nuestras aguas, entre otros contaminantes emergentes como antibióticos, hormonas y viagra, por solo mencionar algunos". 

Actualmente, existen tecnologías de potabilización como la ultrafiltración, que pueden retener partículas del tamaño del micrón (hasta 0,01 micrones), incluso coagular y remover arsénico, un gran problema en nuestro país y en todo el mundo. Ya estamos atravesando la crisis del plástico, tenemos herramientas y tecnología para neutralizar su efecto e impedir que siga avanzando, pero es un compromiso que debemos asumir todos con conciencia y conocimiento.

Más plástico, también menos oxígeno

Si el hecho de estar respirando plástico podría no resultar suficientemente dramático, a esto debemos de añadir otra mala noticia. En esta ocasión la información llega a través del equipo de la doctora Sasha Tetu, de la Universidad Macquarie, el cual a mediados del mes de mayo daba a conocer en la revista Communications Biology los resultados de su estudio titulado: Plastic leachates impair growth and oxygen production in Prochlorococcus, the ocean’s most abundant photosynthetic bacteria.
El 10% del oxígeno que respiramos proviene de un género de bacteria llamada Prochlorococcus que habita en el océano. Y ahora las pruebas de laboratorio de Tetu han demostrado que estas bacterias son susceptibles a la contaminación plástica. "Encontramos que la exposición a sustancias químicas filtradas por la contaminación plástica interfirió con el crecimiento, la fotosíntesis y la producción de oxígeno de Prochlorococcus, la bacteria fotosintética más abundante del océano" explica la investigadora. Ahora nos gustaría explorar si la contaminación plástica está teniendo el mismo impacto sobre estos microbios en el océano"
Se estima que la contaminación plástica causa pérdidas anuales por un valor de más de 13.000 millones de dólares en daños económicos en los ecosistemas marinos, y el problema solo hace que empeorar, ya que se estima que el peso del plástico en los océanos superará al de los peces para el año 2050.

Material tomado de



domingo, 6 de octubre de 2019

El rol de los Bosques en atraer la lluvia La teoría de la bomba biótica



El rol de los Bosques en atraer la lluvia
La teoría de la bomba biótica

¿Qué rol juegan los bosques en la generación de lluvia?
Conocemos lo suficiente para decir “es un rol importante” y que gran parte de la lluvia que cae directamente sobre la tierra está vinculada a los bosques. Sin embargo, existen múltiples mecanismos y procesos involucrados que aún no entendemos. Uno de los aspectos importantes es la relación entre la formación de nubes y el bosque.
Las nubes se forman cuando el vapor de agua se condensa (o congela), pasando de estado gaseoso a líquido (o sólido). La condensación se produce cuando el aire está saturado con agua. Esta depende de la temperatura y también de la presencia de los distintos tipos de núcleos de condensación (generalmente partículas de aerosol o motas que actúan como superficies donde puede condensarse el agua). En un área de aire saturada con agua y con una alta disponibilidad de estos núcleos, la condensación ocurre a niveles de humedad más bajos, lo cual nos permite atribuir un rol importante a estas partículas en la formación de nubes.
La mayoría de las partículas atmosféricas detectadas en los bosques amazónicos son biológicas (por ejemplo, polen y esporas de hongos). Sabemos que estas pequeñas partículas atmosféricas tienden a aumentar su tamaño con la deposición de compuestos orgánicos volátiles (COV) parcialmente fotoxidados. A medida que las partículas crecen, se vuelven más eficaces en la recolección de agua líquida o hielo, sembrando nubes en el cielo. Se estima que el 90% de los COV tienen un origen biológico. El isopreno es el más abundante y mejor caracterizado: es principalmente producido por ciertas plantas cuando están sometidas a estrés de calor. Muchas especies de árboles emiten isopreno, pero las hierbas C4 (tipo de plantas que consumen menos carbono) no lo hacen; por lo tanto, las concentraciones atmosféricas de este compuesto son generalmente más altas sobre los bosques tropicales que sobre las praderas de herbáceas. Es notoria la capacidad del isopreno para aumentar la cubierta de nubes a través del aumento de núcleos de condensación durante los períodos de estrés por calor, lo cual reduce las temperaturas y posiblemente estimula la lluvia, actuando como reguladores de temperaturas regionales y climas en general.
Las relaciones globales sin duda que son mucho más complejas, ya que varios cientos de COVs son conocidos por ser emitidos por las plantas. Además, investigaciones recientes han puesto de manifiesto la importancia de ciertos tipos de bacterias que son levantadas de las superficies de las hojas por el viento, facilitando la formación de hielo a temperaturas relativamente altas en comparación con situaciones sin estas bacterias. Esta actividad de formación de hielo es una característica biológicamente específica de estas bacterias.
¿En qué consiste la teoría de la bomba biótica?
Un reciente estudio realizado por científicos del CIFOR (Center for International Forestry Research) refuerza la hipótesis de la Teoría de la bomba biótica”, la cual señala que los bosques desempeñan un papel importante en la determinación de las lluvias al crear vientos atmosféricos que extienden la humedad de los continentes.
Es una teoría que sugiere que la abundante lluvia de algunos interiores continentales, como en la Amazonía en América del Sur y el Congo en África, es sólo posible debido a la casi continua cobertura forestal desde la costa al interior. La teoría en sí se fundamenta en los procesos físicos atmosféricos y destaca el papel de la evaporación y la condensación en la generación de vientos que llevan el aire húmedo hacia el interior continental. Se propone que los patrones de lluvia pueden ser muy sensibles a los cambios de cobertura vegetal: incluso la pérdida forestal localizada puede revertir un continente de altas precipitaciones a un lugar con bajas condiciones de lluvia.

Esta teoría, desarrollada por Anastassia Makarieva y Víctor Gorshkov, propone que la cobertura forestal influye en los gradientes de presión atmosférica y, por tanto, en las corrientes de aire. La lluvia en el interior de los continentes depende de los vientos que movilizan la humedad del océano tierra adentro para reemplazar el agua que fluye a través de los ríos hacia el mar. Los bosques mantienen la evaporación más alta de humedad de cualquier tipo de cobertura terrestre, e incluso evaporan más agua por unidad de superficie que el océano. Tales niveles de humedad tan altos que se emiten al aire aseguran una condensación intensa, la cual genera un flujo de aire que transportan humedad del mar hacia al interior continental. Estas interacciones, basadas en dinámicas físicas que pueden ser revisadas en Makarieva & Gorshkov (2007), son las que mantienen las grandes tormentas tropicales en el océano, al mismo tiempo que permiten altas tasas de lluvia en el interior del Amazonas.
De ser así, el modelo podría revolucionar la forma de entender e clima local y su vulnerabilidad, de modo que sería necesario un cambio en la gestión forestal enfocado a reforestar y cuidar los bosques de manera urgente; ya que, la pérdida significativa de bosques podría provocar la trasformación de regiones tropicales en paisajes desérticos, pues “Tradicionalmente, se ha sostenido que zonas como el Congo o el Amazonas tienen altos niveles de pluviosidad porque se encuentran en partes del mundo que experimentan altas precipitaciones. Pero nosotros proponemos lo contrario: que los bosques son los que provocan las lluvias y que si estos bosques no se encontraran en esas áreas, estas serían desiertos», afirma Douglas Sheil, co-autor de un artículo publicado al respecto en la revista Atmospheric Chemistry and Physics e investigador del CIFOR en un artículo de Ashlee Betteridge publicado por dicho Centro.
El modelo de la bomba biótica explica por qué el aire se eleva sobre zonas con una evaporación más intensiva, como los bosques. La baja presión resultante atrae aire húmedo adicional, dando lugar a una transferencia de vapor de agua que cae en forma de lluvia en las regiones con mayor evaporación.
La bomba biótica ayuda a explicar algunas discrepancias en la ciencia climática contemporánea. Consideremos dos ejemplos: los modelos climáticos actuales que no están obligados a ajustar datos (es decir, basados en los procesos físicos simulan el clima global sin ajuste local) indican que la precipitación sobre las Islas de Indonesia debería ser notablemente inferior a la de los océanos circundantes, cuando el patrón verdadero es el inverso (la precipitación es más alta sobre la tierra). Tales modelos también implicarían que el río Amazonas debiese fluir con, en el mejor de los casos, sólo la mitad del volumen de agua que lleva. Estos patrones son el resultado de los modelos actuales, los cuales no incluyen la influencia de la cubertura vegetal sobre los vientos y la lluvia, variables que sí son consideradas en la teoría de la bomba biótica.
En los últimos años, a partir de su teoría, Anastassia y Víctor han desarrollado con éxito una serie de sorprendentes predicciones que parecen coincidir con las observaciones empíricas, y me complace decir que varios de estos estudios se han publicado en prestigiosas revistas científicas, por lo que cada vez más investigadores del clima y otras disciplinas están tomando conciencia de estas ideas.
La bomba biótica sugiere que los bosques generan y estabilizan climas locales y regionales. Hemos estado desarrollando estas ideas para examinar su influencia a gran escala en los patrones de circulación global. Si estos patrones más grandes cambian, se producirá un profundo impacto sobre el flujo global de humedad atmosférica, lluvia y también temperatura. A medida que la cubierta forestal disminuye, los patrones de precipitaciones cambiarán, y hemos de anticipar una mayor frecuencia de sequías e inundaciones a medida que se pierden las reacciones de estabilización del clima.
La evapotranspiración variará según la forma y tipo de cubierta forestal. Por lo general, un dosel más alto y un índice de área foliar más alto pueden resultar en una mayor evaporación por unidad de área. Una plantación a veces puede tener una mayor evaporación que los bosques naturales (visto en algunos tipos de eucalipto) lo cual se ha utilizado para bajar el nivel de agua en el suelo y controlar los mosquitos en algunas partes del mundo. Sin embargo, si las plantaciones son taladas con regularidad, entonces el patrón disminuirá notablemente y luego comenzará a recuperarse (un patrón a lo largo del tiempo como los dientes de una sierra). En esta situación, es probable que la media de los valores sea mucho más baja que los de un bosque que se mantiene intacto durante más tiempo. Básicamente, una plantación tendrá menos posibilidades de generar lluvia en comparación a un bosque con sus especies mantenidas en el tiempo.
Según la teoría de la bomba biótica, la deforestación de la Amazonia convertiría el sur del continente americano en un desierto, debido a que los vientos océano-tierra cambiarían de dirección. Por el contrario, los modernos modelos de circulación global (MCG)  predicen una modesta reducción de la precipitación si la región sufriera una deforestación, considerando que la circulación atmosférica no se ve afectada por la cubierta vegetal. Al mismo tiempo, vale la pena señalar que los MCG modernos no son capaces de reproducir el ciclo del agua del Amazonas. La cantidad de humedad atmosférica traída al Amazonas por los vientos (según los modelos) parece ser dos veces menor que la cantidad actual medida en la escorrentía de los ríos. A pesar de que esto es bien conocido y de todo el tiempo que lleva conociéndose la deficiencia en el tratamiento convencional del ciclo del agua en el Amazonas por parte de los MCG, no se ha oído hablar de ningún intento de aplicar la nueva teoría de la bomba biótica para comprender los principios físicos y ecológicos de la circulación atmosférica en el Amazonas.
Una notable objeción a la teoría de la bomba biótica consiste en que la liberación de calor latente asociado a la condensación conducirá a un aumento de la temperatura y al aumento de la presión de aire en lugar de producirse una caída de la misma. Este argumento, por ejemplo, fue formulado por un referee del reciente trabajo de Makarieva y Gorshkov en ACPD​ (Atmospheric Chemistry and Physics Discussions) y fue aprobado por el Comité Ejecutivo de ACPD. Sin embargo, como queda reflejado en la respuesta final, los cálculos de los referees se hicieron para un proceso, la condensación adiabática a volumen constante, que está prohibido por las leyes de la termodinámica y hace caso omiso de la ley de Clausius-Clapeyron y los efectos de la gravedad. De hecho, en equilibrio hidrostático, la presión del aire en superficie es igual al peso de la columna de aire, es decir, a la masa acumulada de las moléculas de aire por unidad de superficie multiplicada por la aceleración de la gravedad. El peso no depende de la temperatura. Por lo tanto, una vez que la masa de aire se reduce por la condensación (eliminación de vapor de agua de la fase gaseosa), la presión de aire en la superficie de las gotas a través de un ajuste rápido hidrostático independiente del cambio del perfil vertical de temperatura en la columna atmosférica, puede verse afectada por la liberación de calor latente. Esta caída de presión en superficie es responsable del transporte de la bomba de humedad biótica en la parte baja de la atmósfera.
Los modelos existentes predicen que la deforestación reduce en alrededor de un 20 a un 30% la precipitación de una región. Mientras que la teoría de la bomba biótica revela que esta reducción, podría alcanzar el 95% y convertir el lugar en un desierto. Los científicos Makarieva y Gorshkov opinan esto fue lo que sucedió en Australia con la llegada de los seres humanos, hace 50 mil años, y la consiguiente reducción de los bosques.

¿Qué relación existe entre la tala rasa, las sequías y los incendios?
Es probable que estos acontecimientos y tendencias estén, al menos parcialmente, ligados al cambio de la cubierta forestal. No es fácil demostrar con exactitud esta relación, ya que hay varios factores en juego, pero sabemos que la desaparición del bosque es un eslabón importante que potencia la sequía y la frecuencia de incendios, con la consiguiente muerte y degradación de las plantas, en un ciclo que se alimenta a sí mismo.
Bibliografía





jueves, 3 de octubre de 2019

¿Qué se entiende como percepción del riesgo?


¿Qué se entiende como percepción del riesgo?

La percepción es un proceso abiertamente cognitivo, de carácter espontáneo e inmediato, que permite realizar estimaciones o juicios más o menos básicos, acerca de situaciones, personas u objetos, en función de la información que inicialmente selecciona y posteriormente procesa la persona.

Sin embargo, pueden aparecer factores de diversa índole que alteren la percepción de una situación, provocando que las inferencias perceptivas de unas personas difícilmente coincidan con las de otras, es decir, las situaciones suelen ser del color del cristal que configuran sus creencias, sus estereotipos, sus actitudes, sus motivaciones, etc. Por tanto, a la hora de hablar de actividades de riesgo es inevitable tomar a las personas como seres básicamente cognitivos que buscan y procesan racionalmente la información, por ello, no es de extrañar que las posibles explicaciones a las conductas de riesgo pongan el énfasis en los mecanismos cognitivos que caracterizan a las personas.

En este ámbito, la psicología social ha tenido un especial interés en el desarrollo de investigaciones que permitan establecer las posibles consecuencias que sobre la salud tienen ciertas prácticas de riesgo, además de indagar los motivos para hacer algo peligroso al sentir una atracción difícil de controlar o el hecho de que seamos excesivamente optimistas en relación a determinados acontecimientos ignorando su riesgo.

Este optimismo exagerado y obcecado en relación a eventos negativos se denomina ilusión de invulnerabilidad, y el sesgo perceptivo positivo que realiza el individuo respecto a sí mismo y su entorno social se conoce como optimismo ilusorio. Ésta es una cuestión interesante, ya que difícilmente un trabajador tomará medidas preventivas por motu propio si no se percibe como sujeto vulnerable.

Podemos definir percepción del riesgo como la habilidad de detectar, identificar y reaccionar ante una situación de potencial daño. Es un proceso espontáneo e inmediato que permite realizar estimaciones o juicios acerca de situaciones en función de la información que la persona selecciona y procesa.

La percepción de riesgos es uno de los principales factores que hay que evaluar para reducir los accidentes laborales. Tiene, además, un importante componente subjetivo contra el que hay que luchar. Subestimarlo es peligroso. Es muy importante que el trabajador esté informado y tenga conocimientos de a lo que se expone si no toma medidas preventivas, lo mismo que es primordial que sepa los daños que puede sufrir. El uso de medidas preventivas también influye favorablemente en la consideración de un acto como más o menos peligroso

La percepción del riesgo es un acto subjetivo individual y por lo tanto influenciado por situaciones y experiencias del sujeto como pueden ser:
  • ·         Edad
  • ·         Nivel de formación
  • ·         Experiencia en el puesto de trabajo
  • ·         Haber sufrido o no accidentes
  • ·         Creencias previas
  • ·         Aspectos sociales


Esto conduce a una percepción de riesgo variable en cada individuo y por ello las situaciones son valoradas de distinta manera por cada sujeto. La percepción que tienen las personas de sufrir un accidente es crucial a la hora de explicar por qué los individuos se implican en la realización de conductas en las que su salud puede verse seriamente afectada.

Los estudios empíricos existentes hasta el momento que abarcan las conductas de riesgo y su percepción, independientemente de que utilicen una perspectiva global de la salud o se centren en enfermedades concretas (por ejemplo enfermedades como el SIDA, la Hepatitis o la Tuberculosis), coinciden en la necesidad de investigar bajo los marcos teóricos psicosociales del Modelo de Creencias de Salud (MCS) de Maiman y Becker y la Teoría de la Acción Razonada (TAR) de Fishbein y Azjen, encuadrados ambos dentro de un enfoque eminentemente cognitivo

En primer lugar, el MCS propone una explicación de las conductas de carácter preventivo en función de la amenaza percibida y de las creencias en cuanto a la relación entre los costes que supone llevar a cabo la conducta y los beneficios que de ella se derivarán (probabilidad de acción en función de la eficiencia percibida). Al mismo tiempo, la amenaza percibida depende de la susceptibilidad percibida que la persona tiene de la enfermedad o acontecimiento peligroso y de la gravedad percibida de las consecuencias de sufrir dicha enfermedad (o en su caso accidente laboral). A su vez, existen una serie de claves para la acción que actúan a modo de factores modificantes de la conducta, sirviendo de mediadores que incitan o no la conducta saludable; dichas claves pueden provenir de fuentes tanto internas como externas. Por último, los factores demográficos, de personalidad, estructurales y sociales inciden en la probabilidad de ejecutar la acción saludable a través de las creencias y percepciones subjetivas de las personas.

En lo que respecta al TAR, aunque incluye nuevos elementos sociales superadores del modelo anterior, los factores cognitivos siguen jugando un papel relevante en la explicación de la conducta preventiva. Por ello, su eje central es la consideración de las personas como seres racionales que procesan la información y donde la intención se convierte en el factor antecedente de la realización o no de la conducta preventiva. Es decir, que para que el trabajador de la construcción tome medidas preventivas adecuadas (como ponerse el casco en la obra) es preciso que tenga intención de hacerlo.

En un segundo nivel, los determinantes de dicha intención vendrían explicados por la actitud hacia la conducta, es decir, la valoración positiva o negativa que se hace de la misma, y por la norma subjetiva o la creencia acerca de la existencia de presiones sociales percibidas para ejecutar dichas conductas. En definitiva, la intención de ponerse el casco depende de un factor estrictamente personal relativo a la evaluación que el obrero hace de la conducta y de un factor de naturaleza social ligado a las presiones de otras personas relevantes para que lleve a cabo dicha conducta (por ejemplo, su jefe o encargado). 

Del mismo modo, la actitud positiva hacia la conducta preventiva está en función de las creencias que el trabajador tiene sobre los resultados satisfactorios que se derivarán de su conducta y la valoración positiva de tales resultados. Por su parte, la norma subjetiva está en función de las creencias del individuo acerca de lo que otras personas significativas piensan sobre la realización de la conducta preventiva y de la motivación del sujeto para cumplir con dichas personas. Es decir, si el trabajador cree que su encargado o jefe piensa que debería ponerse el casco, percibirá una presión social para hacerlo (si es que se siente comprometido de alguna forma con su superior). Para finalizar, existen una serie de variables externas (sociodemográficas, rasgos de personalidad, etc.) que no constituyen una parte fundamental del modelo, aunque pueden incidir de manera indirecta sobre la ejecución de la conducta preventiva.

Una concepción del riesgo es la consideración de éste como un factor objetivo. Sin embargo, es de mayor interés la consideración del riesgo como un elemento subjetivo, dado que en él se conjuga no sólo el peligro real, sino también la percepción y valoración que el individuo hace de la situación peligrosa.

La percepción del riesgo adquiere pues un rol fundamental en algunos de los modelos explicativos del comportamiento preventivo desarrollados en el ámbito de la Psicología social como el MCS o el TAR, perfectamente aplicables al ámbito de la seguridad y salud laboral, aunque caracterizados por una excesiva racionalidad.

El trabajador, según los planteamientos cognitivos expuestos, cuando se ve inmerso en situaciones amenazantes ejecuta conductas con el objetivo de reducir el riesgo que dichas situaciones conllevan. En otras palabras, el individuo se convierte en un tomador de decisiones consciente y racional dentro de su ámbito laboral, con el fin de atajar el peligro que pueda surgir en dicho contexto. Sin embargo, en el comportamiento arriesgado existen también factores de naturaleza psicosocial que es preciso tener en cuenta con el fin de superar la creencia de que la persona es un ser meramente cognitivo.

Así, es necesario considerar al individuo como un ser que interactúa con su medio -con todo lo que esto implica-, por lo que sus creencias, percepciones y cogniciones estarán mediatizadas por los factores del propio contexto laboral. Como consecuencia, los programas en prevención de riesgos laborales destinados a lograr la modificación del comportamiento arriesgado en el trabajador han de tener en cuenta, además de los aspectos cognitivos señalados (información, conocimientos, etc.), ciertos factores de índole psicosocial (actitudes, normas, hábitos de conducta, etc.) que modulan las percepciones acerca del riesgo, así como variables más macro sociales relativas a la mejora del entorno laboral. De esta manera, sólo así conseguiremos fomentar los hábitos y conductas preventivas que nos permitan alcanzar la deseada cultura de prevención.

 Bibliografía



sábado, 28 de septiembre de 2019

¿Cuál es el papel de los bosques en el cambio climático?



¿Cuál es el papel de los bosques en el cambio climático?

Los bosques tienen una gran influencia sobre el cambio climático, principalmente por su capacidad de alterar el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera. Cuando los bosques crecen, absorben carbono presente en la atmósfera y este queda almacenado en la madera, las hojas y el suelo. Los bosques (al igual que los océanos) están considerados como "sumideros de carbono" por su capacidad de absorber y almacenar carbono durante largos periodos de tiempo. Éste carbono queda atrapado en los ecosistemas forestales, pero los incendios pueden hacer que el carbono vuelva de nuevo a la atmósfera. Para entender el ciclo mundial del carbono y, por lo tanto, el cambio climático, es importante cuantificar el importante papel que desempeñan los bosques en la absorción, el almacenamiento y la emisión del carbono.

Cuando los árboles se queman, liberan dióxido de carbono, un gas de efecto invernadero, que aumenta la temperatura de la Tierra. Para conocer la cantidad exacta de dióxido de carbono que se libera durante un incendio forestal, se han desarrollado herramientas de medición a partir de una pregunta fundamental: ¿por qué hay carbono en los árboles?
El carbono es un elemento que se encuentra en todas las estructuras que necesitan los seres vivos para vivir, crecer y reproducirse, es el elemento base de carbohidratosproteínas y ácidos nucleicos.

En el caso del ciclo del agua, el vapor de agua se evapora, forma las nubes y luego se condensa generando la lluvia. Este ciclo se repite constantemente sin que cambie la cantidad de agua en el planeta.

El carbono también tiene su ciclo. Sus átomos van formando parte de diferentes compuestos. La vegetación absorbe el carbono del dióxido de carbono y se combina con el agua en el proceso de fotosíntesis para sintetizar carbohidratos y otros compuestos. Éstos formaran parte de las hojas, frutos y de la propia corteza. En el proceso inverso, es decir la respiración, los carbohidratos son transformados en energía para las funciones vitales de las plantas liberando el dióxido de carbono a la atmósfera.


Los bosques fijan CO2 a través de la fotosíntesis y lo almacenan en su biomasa por lo que al disminuir la superficie de bosques se pierde el CO2 retenido en los sumideros de carbono ya existente y además se restringe la capacidad de absorber más carbono.

Muchos de los causantes de esta pérdida de carbono son:

  • Prácticas de uso de las tierras, los cambios en el uso de la tierra constituyen actualmente alrededor del 20% de las emisiones de dióxido de carbono antropogénico global (CO2).

  • La deforestación en las áreas tropicales, por ejemplo en el Perú se estima que se deforesta anualmente más de 200.000 hectáreas, y en el ámbito mundial en un periodo de diez años (1990-2000) se deforestó 132 millones de hectáreas de bosque.

  • Los frecuentes incendios forestales y quemas de carbón, los cuales liberan el carbono retenidos en los árboles.


Pero, ¿qué sucede con este carbono en los árboles? Los árboles pueden seguir creciendo y con ello almacenar más carbono del que liberan al respirar, por lo que son llamados “sumideros” de carbono. O por otro lado, pueden incendiarse y liberarlo como dióxido de carbono. Sin embargo, no sólo de carbono están hechos los árboles, también tienen otros elementos que sin embargo, no se consideran aquí, porque no influyen en el efecto invernadero que causa el cambio climático.

Se ha determinado que por cada tonelada de biomasa de un árbol, la mitad corresponde a carbono, lo que puede variar de una especie a otra. Por lo tanto, para saber la cantidad exacta de carbono en un bosque, es necesario medir los árboles, usar modelos para convertir estas medidas en biomasa y de acuerdo con esto determinar la cantidad de carbono que será liberado de regreso a la atmósfera. Esa liberación puede suceder en forma lenta por medio de la descomposición o, en forma rápida, si el bosque se quema.

Existe un acuerdo internacional que se conoce como REDD+, el cual exige a cada país generar un sistema de medición, reporte y verificación de emisiones de gases de efecto invernadero.

El objetivo principal de este sistema es proporcionar información precisa sobre la ganancia y pérdida de carbono en bosques por actividades humanas y disturbios naturales, tales como los incendios forestales. La calidad y cantidad de datos generados es muy importante, debido a que se emplearán para generar los reportes de cada país a las Naciones Unidas.

El volumen de madera en pie es una medida que refleja la cantidad de madera contenida en troncos y ramas de una superficie forestal o tierra boscosa determinada. Normalmente se mide en metros cúbicos sólidos (m3). Esta medida permite conocer los recursos forestales existentes, además de servir de base para estimar la cantidad de carbono almacenado. En todo el mundo se calcula que existen 434.000 millones de m3 de volumen de madera en pie, 30% de los cuales se encuentra en Sudamérica. A nivel mundial, el volumen de madera en pie ha descendido ligeramente aunque existen algunas diferencias regionales; mientras que África, Asia y Sudamérica presentan un ligero descenso, en Europa y América Central y del Norte su proporción ha aumentado ligeramente.

Las existencias de carbono hacen referencia a la cantidad de carbono que contienen los ecosistemas forestales del mundo, principalmente en la biomasa viva (44%) y en el suelo (46%), y en menor medida también en la madera muerta (6%) y en la hojarasca (4%). La cantidad de carbono retenido en una hectárea de bosque y la contribución relativa de las diferentes partes del ecosistema al volumen total de carbono almacenado varía de una región a la otra.


En conjunto, se calcula que los ecosistemas forestales del mundo almacenan alrededor de 638.000 millones de toneladas de carbono, es decir, más carbono que el que se puede encontrar en toda la atmósfera. La cantidad de carbono almacenada en los ecosistemas forestales está probablemente infravalorada, ya que faltan muchos datos sobre el carbono almacenado en el suelo de los grandes bosques boreales.

Entre 1990 y 2005 se produjo un descenso de la cantidad total de carbono almacenado en la biomasa viva, principalmente como consecuencia de descensos en el sur y sureste Asiático, en África Central y Occidental, y en Sudamérica. La cantidad de carbono almacenado en la biomasa viva permaneció relativamente estable en Oceanía y aumentó en Europa y en América Central y del Norte.
  
El problema se ha tornado cada vez más importante, por esto muchos países han tomado conciencia del efecto que producen con sus emisiones y se han comprometido a reducir sus emisiones, países como: la Unión Europea, como grupo, reducirá sus emisiones en 8%, con respecto a 1990; los Estados Unidos en 7%; Japón y Canadá en 6%.

Si no se empieza a tomar conciencia de la magnitud de los posibles efectos que este calentamiento podría traer consigo, es muy probable que la temperatura mundial en un periodo de 100 años puede elevarse de 1,5° a 5 °C lo cual con llevaría a desastres naturales inimaginables como la elevación de los océanos en 75 cm.

Los bosques juegan un papel importante en la moderación del flujo neto de algunos Gases de Efecto Invernadero (GEI) entre la tierra y la atmósfera y actúan como depósitos de almacenamiento de carbono en la biomasa y en el suelo. Actúan como sumideros de carbono cuando aumentan en área o productividad, lo que da como resultado una mayor absorción del dióxido de carbono atmosférico (CO2). Por otra parte, al quemarse actúan como una fuente de GEI al mismo tiempo que el deterioro de la biomasa o los cambios negativos en el suelo producen emisiones de dióxido de carbono (CO2) y otros.

Los cambios en el uso de la tierra (principalmente la deforestación en las áreas tropicales) constituyen actualmente alrededor del 20% de las emisiones de dióxido de carbono antropogénica global (CO2). Tomar decisiones adecuadas sobre el manejo de los bosques puede significar reducciones netas económicas de las emisiones de GEI, ya sea al disminuir la contribución de los bosques a las emisiones netas globales o al aumentar su importancia como sumideros de carbono. Al proporcionar materiales y combustibles renovables - reduciendo así la dependencia de los combustibles fósiles - y aun así manteniendo su rol como depósitos de carbono, los bosques pueden significar una contribución a largo plazo para mitigar el cambio climático.

Surge, por lo tanto, dos estrategias principales dentro de las actividades de uso de la tierra y bosques que pueden contribuir a controlar los niveles de CO2 en la atmósfera. La primera, es aumentar la captura de carbono al crear nuevos y mejores sumideros denominada "captura o fijación de carbono". En esta se incluyen actividades tales como, manejo de bosques para aumentar el crecimiento, forestación, restauración de bosques degradados y agroforestería. La segunda, es prevenir la liberación de carbono ya fijado, mediante la conservación de ecosistemas forestales, manejo forestal sostenible y protección contra incendios.

Efectuar plantaciones para ser utilizadas como sumideros de carbono podría promover la conversión de bosques secundarios e incluso primarios a plantaciones. Los cortos períodos de compromiso de cinco años podrían promover la generación de plantaciones de árboles de crecimiento rápido lo que no garantizaría inventarios de carbono sostenible.

Para cuantificar la contribución de los bosques a la reducción de las emisiones será necesario contabilizar las fuentes y sumideros de carbono a lo largo del tiempo y analizar de forma pormenorizada otros criterios ambientales y socioeconómicos que influyen en las decisiones de ordenación de los bosques.


Practicas forestales que ayudan a la disminución del COen la atmósfera:

  • Administración de la conservación: mantener el nivel existente de carbono en los bosques a través de la protección forestal, la conservación y la explotación sostenible; además de actividades para reducir la tasa de deforestación y degradación forestal y evitar las emisiones asociadas al dióxido de carbono (CO2).

  • Administración del almacenamiento: aumentar la absorción neta de (CO2) de la atmósfera a través del almacenamiento de carbono en los bosques y productos forestales, por medio de la expansión del área de los bosques, aumento del total de carbono almacenado por unidad de área mediante medidas silvícolas (por ejemplo, rotaciones más prolongadas, mayor densidad de repoblación de árboles, un menor impacto de la explotación forestal), y la extensión del período durante el cual la madera explotada permanece en uso.

  • Administración de substitución: substituir los combustibles fósiles por bioenergía obtenida de los bosques administrados en forma sostenible y utilizar los productos forestales en lugar de las alternativas de uso intensivo de energía (tales como el acero y el hormigón). El uso de biocombustibles explotados en forma sostenible produce un beneficio de CO2 cuando el crecimiento de la biomasa compensa las emisiones derivadas de la combustión de la biomasa y se evitan las emisiones producidas por la combustión de combustibles fósiles.